jueves, 3 de noviembre de 2011

Cuando amaneció y la oscuridad fue desapareciendo, y el sol asomaba por el horizonte, Manuel, el jóven párroco, buscó en los cajones de su mesa de dormir el peine, se miró al espejo para alinear su cabellera y partió hacia el viejo molino. Al llegar, el jóven cura cada vez más lo abrazaba la sensación que lo perseguía desde el despertar de ese día. Se asomó por los cristales de una ventana y percibió la trampa. Con un poco de astucia y delirio trepó por las ramas de un árbol hasta llegar a la parte mas alta de la edificación, divisó una viga que utilizó de trapecio, y tras unas piruetas acrobáticas se parapetó junto a unos fardos de pasto y esperó el desenlace de la fatídica jornada.